martes, 17 de abril de 2007

La Procesión del Silencio

Atento amigo Sancho...

Fieles a nuestro discurrir por tierras manchegas, continuamos esta aventura notando, como si de un presentimiento se tratara, que vivíamos días de reflexión. Pasión, muerte, culpabilidad... sentimientos que se apoderaron de nosotros cuando, en la madrugada del viernes santo, nos adentramos en el pueblo de Tomelloso.
El silencio invadía todas y cada una de las calles de este lugar, como si sus siempre alegres habitantes se hubiesen sumido en una profunda tristeza, únicamente rota por el sonido de un lejano tambor.
El público asistente a aquel multitudinario velatorio observaba con devoción el paso ininterrumpido de negros caminantes. Todos iguales: hábito negro, cabeza inclinada, una enorme cruz de madera al hombro... algunos de ellos, sintiendo el frío asfalto en sus pies desnudos, arrastraban pesadas cadenas, lo cual daba a la silenciosa noche ciertos tintes funestos.
En medio de aquel recorrido, divisamos una gran cruz de madera, el único paso de esa procesión. Acompañada por el intermitente sonido de un tambor, la cruz avanzaba entre las dos interminables filas de penitentes. Volcada, silenciosa, vacía... obligando a todos los presentes a recordar el significado que aquel símbolo tiene para todo aquel que se siente cristiano.

Sancho y yo no podíamos sino contemplar con infinito respeto a aquellas negras figuras desfilando con absoluto mutismo. Pecados que redimir, ofrecimientos a Dios... diferentes razones que acompañaban a aquellas personas en su oscuro caminar, aunque unidas todas ellas por un juramento de silencio hecho al comienzo de la procesión.
Días de reflexión, de arrepentimiento, de dolor... mi fiel escudero y yo partimos de Tomelloso con la sensación de haber asistido la representación de una de las tradiciones más arraigada, no sólo de nuestra tierra, sino más allá de las fronteras manchegas: la Semana Santa seguía viva, recordándonos que, año tras año, aquel hombre que vivió y murió en tierras lejanas en tiempos inmemoriales, sigue muriendo año tras año para redimir los pecados de la humanidad.

1 comentario:

Bebecu dijo...

Tengo que admitir que aunque no soy muy debota de la semana santa, siempre me ha recorrido un extraño calofrio por el cuerpo cuando he ido a ver alguna procesión como la que describes. Silencio, luto absoluto, penitencia, devoción...Sin duda, una tradición que incluso a los que intentamos pasar esos días agenos a ella, nos pone los vellos de punta por el sentimiento, el contexto y toda la emoción que transmite llegado el momento.